Corrección de Afonía

 


Era una noche como cualquier otra en la tranquila casa familiar. Mi mamá había salido a cenar con sus amigas, dejándome a cargo de mi hermanito y una amiga que había venido de visita. Estábamos pasando el rato en la sala, charlando y riéndonos, cuando de repente sentí una extraña sensación, como si algo me instara a revisar la puerta de entrada.

Al asomarme, vi a un hombre con botas pesadas pateando el portón, seguido de otros cinco individuos. La adrenalina recorrió mi cuerpo y traté de advertir a mi amiga en voz baja, pero por alguna razón, las palabras no salían de mi boca. Mientras tanto, ella seguía hablando y riendo sin percatarse de la situación.

El sonido de un golpe me hizo entrar en pánico: los ladrones ya habían entrado en la casa. Logré comunicarle a mi amiga que bajara el tono de voz y le pedí que buscara a mi hermano, quien estaba durmiendo en su habitación.

Nos encontramos atrapados en la cocina con uno de los ladrones, quien nos amenazaba con un martillo mientras los demás saqueaban la casa. Aprovechando un momento de distracción de nuestro captor, intenté llamar a mi mamá, pero nuevamente la voz me falló.

Sin embargo, en medio de mi desesperación, sentí una extraña presencia que me daba fuerzas. Al hablar con mi mamá, pude explicarle la situación y pedir ayuda. Ella, angustiada, prometió venir en camino con la policía.

Aún no sé qué era esa presencia que me ayudó a comunicarme en ese momento crítico, pero estoy eternamente agradecida de que me haya devuelto la voz y me haya permitido pedir ayuda a tiempo.

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